QUÉDATE PARA SIEMPRE
Quédate para siempre, narra la historia de una joven, sus amores y desamores. El valor de la amistad, la visibilidad de las lesbianas en Asturias etc...
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Había una vez, en un lejano y oscuro reino llamado Vetusta, una malvada bruja y su hija, la cual era una princesa. Una princesa, fruto del matrimonio que, en un tiempo pasado, había tenido la malvada con el Rey de Vetusta. Ella era joven, joven y bella, muy bella. Tenía un rostro de inocencia, de bondad y una sonrisa que cada vez que la sacaba las calles de este reino se iluminaban más y más. Un día, vagando por las calles se cruzó con una joven con ropajes desdejados y con un rostro triste, muy triste. La princesa le dedicó una sonrisa y a esta, el rostro le cambió por completo. Día tras día ambas se cruzaban en el mismo lugar y, la princesa, observó, como cada vez que le dedicaba una sonrisa a la joven, la hacía más y más feliz, sólo por el hecho de sonreír.
La malvada bruja, que quería casar a su hija con un príncipe, que tenía muchas tierras y era de muy buena familia, nunca aceptó, que a su hija la persona que la hacía sonreír, era esa joven que a cambio de una sonrisa, la llenaba de felicidad con su rostro, llenando así el corazón de la princesa de un sentimiento hasta entonces desconocido para ella.
Ante tal hecho, la malvada encerró a su hija en su cuarto, durante semanas y semanas. Solamente tenía un pequeño ventanal en una de las paredes de la habitación. Un ventanal pequeño, desde el cual podía apreciar la princesa, el lugar donde todas las mañanas veía a esa joven misteriosa.
Pasaron las semanas y no tenía noticias de la joven, día tras día miraba, pero no la veía. Así, una mañana, la princesa escuchó unos golpes en el ventanal y, cuando se dirigió a él, era la joven. Apenas podían hablar por lo que con un simple papel que permaneció durante varios meses en esa ventana, a pesar de que la lluvia lo fuera destrozando día tras día, le dibujó en él esto:
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Cada vez que la mires, acuérdate de mi y de cuando nos cruzábamos cada día, en el mismo lugar…
La princesa, asombrada por tal hecho que jamás ningún varón le había hecho, rompió a llorar de emoción. La malvada bruja, alarmada por ello acudió a la habitación, preguntando a la princesa que qué le sucedía, preocupada por si tenía algún mal. Cuando se enteró de lo sucedido, optó por salir a la calle y recoger a la joven, para reunirla con su hija y pedirle por favor, que no se acercase a ella jamás, que la olvidase.
La joven, perdió la sonrisa que llevaba desde hacía tiempo y le contestó a la malvada delante de su amada:
-No me pida que olvide a su hija. Es algo que no podría hacer. Desde que me crucé con ella por las calles del reino, me demostró que hay motivos por los que sonreír y por los que luchar, su sonrisa era mi motivo de cada día y el poder abrazarla y hacerla feliz, es mi objetivo, mi fin.
La princesa, se abalanzó sobre la joven y la abrazó sin importarle las normas impuestas por la malvada bruja. Así las dos jóvenes, fueron encerradas para siempre en esa habitación por la malvada, encerradas, pero al fin, juntas.
Cuando era pequeña soñaba con encontrar al hombre de mi vida, que me mantuviese y tener una familia junto a él, feliz, sin ningún tipo de problema. Ahora sé que cuando era pequeña no sabía lo que quería. Con 18 años era pequeña. Cuando cumplí 19, seguía siendo pequeña. Ahora tengo 22 y ya soy mayor. Mayor en el sentido de que sé lo que quiero, sé lo que deseo con todas mis fuerzas y sé cual es mi objetivo en la vida. Ese objetivo eres tú, es estar junto a ti.
Siempre fui una persona muy independiente hasta que me enamoré por primera vez. Me sirvió para darme cuenta lo que realmente era el amor, pero también, y lo que más valoré, es que aprendí a conocer a una persona en todos los sentidos. Sufrí, pero aprendí. Fui creciendo día a día a base de ese “sufrimiento”. Ahora miro hacia atrás y me hace gracia todo lo que pasó en esa época. Como dije antes, era pequeña. Por eso ahora tengo miedo. Mucho miedo. La persona con la que comparto mi vida es pequeña. Tengo miedo a que no sepa lo que quiere, un temor increíble a que sus sentimientos cambien con el paso del tiempo. Lo último que quiero ahora es perderla. Ella me hace sonreír cada día con más ganas y es con la que quiero envejecer. Porque aunque tú no lo creas, o no lo quieras ver, no hay nadie más que tú y créeme cuando te digo que en mi vida estuve tan segura de lo que siento a día de hoy. Fui una vividora. Una persona a la que no le importaban, en cierto modo, los sentimientos de los demás. Tenía una facilidad para enamorarme inmensa, aunque no era tal sentimiento, sino que me quería aferrar a alguien para olvidar el pasado. Cierto día descubrí que no podía ser así. Pasé de todo y de todos. Hice mi vida al margen de la gente. Era feliz. Feliz pero sintiendo en mi la soledad día a día. Necesitaba que me dieran los buenos días, las buenas noches…esas palabras de ánimo de tu pareja cuando tanta falta te hacen… Hasta que llegaste tú. Y digo TÚ, no otra. Porque tú me llenaste por completo. Creo que pocas palabras puedo decir más respecto a mis sentimientos, porque todo se acaba demostrando cada día. Soy feliz junto a ti y no me perdonaría por nada del mundo perderte. Lo único que te pido es que me seas sincera y ante todo, no me falles, porque no te lo perdonaría JAMÁS. La sinceridad es básica y aquí no hay secretos, ya no.
No veo un futuro sin ti a mi lado. No lo veo o no lo quiero ver. No quiero decirte que me enamoraste por completo, porque mi corazón pocas veces lo entregué. Pero tú ya lo tienes y si tengo que decirte que estoy enamorada, te lo digo, porque ya nada me importa. Nada que no seamos tú y yo. Nada que no seas tú.