lunes, 20 de abril de 2009

Que gran verdad


Había una vez, en un lejano y oscuro reino llamado Vetusta, una malvada bruja y su hija, la cual era una princesa. Una princesa, fruto del matrimonio que, en un tiempo pasado, había tenido la malvada con el Rey de Vetusta. Ella era joven, joven y bella, muy bella. Tenía un rostro de inocencia, de bondad y una sonrisa que cada vez que la sacaba las calles de este reino se iluminaban más y más. Un día, vagando por las calles se cruzó con una joven con ropajes desdejados y con un rostro triste, muy triste. La princesa le dedicó una sonrisa y a esta, el rostro le cambió por completo. Día tras día ambas se cruzaban en el mismo lugar y, la princesa, observó, como cada vez que le dedicaba una sonrisa a la joven, la hacía más y más feliz, sólo por el hecho de sonreír.

La malvada bruja, que quería casar a su hija con un príncipe, que tenía muchas tierras y era de muy buena familia, nunca aceptó, que a su hija la persona que la hacía sonreír, era esa joven que a cambio de una sonrisa, la llenaba de felicidad con su rostro, llenando así el corazón de la princesa de un sentimiento hasta entonces desconocido para ella.

Ante tal hecho, la malvada encerró a su hija en su cuarto, durante semanas y semanas. Solamente tenía un pequeño ventanal en una de las paredes de la habitación. Un ventanal pequeño, desde el cual podía apreciar la princesa, el lugar donde todas las mañanas veía a esa joven misteriosa.

Pasaron las semanas y no tenía noticias de la joven, día tras día miraba, pero no la veía. Así, una mañana, la princesa escuchó unos golpes en el ventanal y, cuando se dirigió a él, era la joven. Apenas podían hablar por lo que con un simple papel que permaneció durante varios meses en esa ventana, a pesar de que la lluvia lo fuera destrozando día tras día, le dibujó en él esto:



Cada vez que la mires, acuérdate de mi y de cuando nos cruzábamos cada día, en el mismo lugar…

La princesa, asombrada por tal hecho que jamás ningún varón le había hecho, rompió a llorar de emoción. La malvada bruja, alarmada por ello acudió a la habitación, preguntando a la princesa que qué le sucedía, preocupada por si tenía algún mal. Cuando se enteró de lo sucedido, optó por salir a la calle y recoger a la joven, para reunirla con su hija y pedirle por favor, que no se acercase a ella jamás, que la olvidase.

La joven, perdió la sonrisa que llevaba desde hacía tiempo y le contestó a la malvada delante de su amada:

-No me pida que olvide a su hija. Es algo que no podría hacer. Desde que me crucé con ella por las calles del reino, me demostró que hay motivos por los que sonreír y por los que luchar, su sonrisa era mi motivo de cada día y el poder abrazarla y hacerla feliz, es mi objetivo, mi fin.

La princesa, se abalanzó sobre la joven y la abrazó sin importarle las normas impuestas por la malvada bruja. Así las dos jóvenes, fueron encerradas para siempre en esa habitación por la malvada, encerradas, pero al fin, juntas.

1 comentario:

  1. Hola guapa. Ya veo que el estar tantos días encamada sola te inspiró, jejejeje. Despues de leer esto no estoy muy segura que estubieses sola con tus anginas, eso de encerrarlas en la habitación, uuffff.
    Besines desde cazurrandia.
    Tallina.
    No se que contra pasa, que no lo puedo firma desde mi cuenta. aajjjjj.

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